Ecología

5 años del Acuerdo de París, una oportunidad para mejorar nuestro vínculo con la naturaleza

El Acuerdo de París lo suscribieron hace 5 años gran parte de los países del mundo, entre ellos Argentina, con un objetivo tan concreto como difícil y desafiante: evitar el incremento de las temperaturas globales en 2ᵒC, ojalá por debajo de 1.5ᵒ, en relación a las emisiones de GEI (Gases Efecto Invernadero) de la época preindustrial.

Este Acuerdo es el primer acuerdo universal y jurídicamente vinculante sobre el cambio climático, adoptado en la Conferencia sobre el Clima de París (COP21) en diciembre de 2015. Para alcanzar este objetivo global los países deben preparar, comunicar y mantener una contribución determinada a nivel nacional (Plan Nacional Integral de Acción por el Clima) y aplicar medidas nacionales para lograr sus metas. También establece que los países comunicarán sus contribuciones determinadas a nivel nacional cada cinco años, y proporcionarán la información necesaria para la claridad y la transparencia de sus procesos. Los países desarrollados deben asumir el liderazgo mediante el establecimiento de objetivos de reducción absolutos para toda la economía, mientras que los países en desarrollo deberán seguir intensificando sus esfuerzos de mitigación, mientras se les alienta a avanzar hacia la consecución de los objetivos para toda la economía a lo largo del tiempo, a la luz de las diferentes circunstancias nacionales.

Este Acuerdo alienta a las partes o países a conservar y mejorar los sumideros y depósitos de GEI, incluidos los bosques y a fortalecer la capacidad de adaptación, el fortalecimiento de la resiliencia y la reducción de la vulnerabilidad al cambio climático. El Acuerdo reconoce que la adaptación es un reto mundial al que se enfrentan todos los países y se reconoce la importancia de evitar/reducir al mínimo y hacer frente a las pérdidas y los daños relacionados con los efectos adversos del cambio climático, incluidos los fenómenos meteorológicos extremos y los fenómenos de evolución lenta más imperceptibles pero importantes al fin.

El cumplimiento de estas metas implica la obligación de los países desarrollados de apoyar los esfuerzos de los países en desarrollo para construir un futuro limpio y resistente al clima. El suministro de recursos también debe tener por objeto lograr un equilibrio entre la adaptación y la mitigación. Además de informar sobre la financiación ya proporcionada, los países desarrollados se comprometen a proporcionar bienalmente información transparente e indicativa sobre el apoyo futuro, incluidos los niveles previstos de financiación pública. También se fortalece la cooperación internacional en materia de desarrollo y transferencia de tecnología para el clima y de fomento de capacidades en el mundo en desarrollo.

Sin duda este Acuerdo es de una importancia central para planificar y evaluar nuestro desempeño futuro como humanidad en materia de uso de los recursos naturales y evaluar de qué forma este uso nos asegura calidad de vida humana, en armonía con la salud del planeta donde vivimos. Si bien el riesgo climático es lo que motiva e impulsa este proceso global, está claro que la discusión de fondo es más profunda aún, e implica una ética diferente sobre como los humanos nos relacionamos con los bienes y servicios que nos aporta la naturaleza.

Hoy por hoy es difícil, la mayoría de las veces, establecer diferencias claras de cuándo los cambios ambientales son producidos directamente influenciados por las actividades humanas, y cuándo son producto de la propia dinámica climática natural. Sin embargo, cada vez más, por la conjunción de esta dinámica (natural o antropogénica) y la población creciente, nos lleva a extender el uso de los territorios hacia espacios y situaciones cada vez más vulnerables, poniendo en riesgo creciente vidas y recursos humanos.

Esta situación de mayores y más frecuentes catástrofes climáticas, a lo que podemos sumar los efectos físicos y psicológicos de la pandemia de Covid, nos lleva a pensar como humanidad que debemos generar un vínculo diferente y más positivo con el ambiente en general y con la naturaleza en particular. Ello implica mejorar pautas de consumo pero también de producción, que implique mayor conciencia ecológica de la sociedad derivada de información de calidad y confiable por un lado. Adicionalmente debemos orientar nuestras producciones hacia una mayor eficiencia en el uso de los recursos (energía, agua, insumos) y a generar oportunidades de preservación ambiental asociadas a los contextos productivos. En ese sentido, y desde hace 10 años en ProYungas impulsamos el concepto de “Paisaje Productivo Protegido”, una manera de asociar positivamente a las actividades productivas con la preservación ambiental en territorios de alta valoración socioambiental.

Esta oportunidad que representa el Acuerdo de Paris, debe convertirse en una instancia transformadora de nuestra sociedad, donde consumidores y productores trabajemos juntos hacia una nueva relación con el planeta, que como señala el Laudato Si es en definitiva nuestra “Casa Común”, nuestra única oportunidad de seguir existiendo.

Por Alejandro Diego Brown, Presidente Fundación ProYungas.